ADIÓS ADOLFO
«Estimado E.R (no es Entre Ríos): te dejo el material que te interesaba. Te recomiendo foto y señalador que son de mi archivo. Un abrazo. Adolfo».
Era marzo o tal vez abril de 2019. No recuerdo bien. Tiempo previo había realizado un viaje a Córdoba y visité el Museo Manuel Mujica Lainez, en plenas sierras. Me sorprendió encontrar en un lugar de pertenencias del escritor y periodista un cenicero con la inscripción EL DIARIO. Si, entre bolígrafos, su DNI, un anillo, una reliquia del matutino paranaense. Acaso un obsequio de alguna visita a Paraná. ¿Quién podía saber sobre esa relación entre Manuel Mujica Lainez, EL DIARIO y ese cenicero?. Si. Adolfo Golz. Al que veía de pequeño cuando él salía por Canal 13 de Santa Fe. Al que conocí en la redacción de EL DIARIO. El que con sus 80 y picos de pirulos me ayudó a escribir un libro. Con el que subimos al escenario del Teatro 3 de Febrero para contar historias deportivas. El que tenía 90 años y el que en una fría tarde de julio de 2020 se durmió para siempre. La cuestión es que Adolfo, en ese marzo o tal vez abril, me sacó la duda sobre el cenicero. Nos cruzamos en EL DIARIO, siempre tipo 9 de la mañana cuando él iba a buscar todo tipo de material periodístico. El saludo de siempre, algunas palabras junto a Marcelo Miño y Juan Carlos Grandoli, trabajadores del lugar y compañeros de mate para hablar de fútbol. Adolfo se prendía con algún recuerdo. Una historia. Una anécdota. Nos cruzamos siempre, menos ese día. Entonces me dejó su escrito a máquina de escribir y al no encontrarme escribió «Estimado E.R. (no es Entre Ríos)…».
La idea era publicar la historia. Pero el tiempo fue pasando. Quedé en deuda con Adolfo. Si bien ese papelito iba de aquí para allá entre mis carpetas desordenadas, nunca salieron a la luz esas letras. Tal vez por una razón. Vital, clave. Hoy están aquí en su homenaje. Adolfo, el de andar lento, el libro abierto. Justamente, con su muerte sentida, se cerró una página del periodismo de máquina de escribir, de bohemias y tangos con una fina melancolía, como una garúa que hoy sería necesaria para tapar esa lágrima rezongona que se escapa, como el tiempo de las manos».
