Diego fue mi infancia feliz

Maradona no fue Dios. Pero sí un futbolista que en base a su talento nos despertaba sentimientos. Los mismos que llevaremos en la sangre hasta el fin de nuestros días. Cuesta escribir de él. Imposible con los ojos mojados.

Ezequiel Re

En la casa paterna de calle Ituzaingó en Rafaela teníamos un viejo televisor blanco y negro marca Sonic. Era 1980. A unas tres cuadras estaba el club de barrio. El aparato estaba ubicado en el living y muy cerca, en una cómoda, había una radio Noblex Negra.

La casa de los viejos, Rafaela, Ben Hur, el tele y la radio tenían algo en común. Todo, absolutamente todo, tenía el espíritu de Diego Maradona. Su espíritu de potrero estaba metido en mi piel. Diego era el potrero, la lucha de los humildes, el abanderado de los sueños de los purretes que querían pelearle a la pobreza con una herramientas simple, una pelota de fútbol.

Diego fue mi infancia feliz. Aquel de los partidos de barrio contra barrio, tratando de sacar la gambeta zurda inesperada que le admirábamos tanto. Diego nos representaba en esas canchas de arcos de madera, el piso de tierra con poco pasto pero mucho amor propio.

En la casa de mis viejos soñaba a ser como Diego. En Rafaela di la vuelta olímpica en el centro de la ciudad en aquel memorable 1986. Nos dio un Mundial. El tele, en aquellos incipientes 80, me traía el dibujo de un pibe fenomenal que jugaba

a la pelota en Argentinos Juniors. Y con la radio seguía su campaña los domingos cuando en el 81 pasó a Boca para salir campeón. En el querido Ben Hur trataba de emular sus gambetas, el enganche corto, la salida veloz. Su pegada justa al balón para meterse en el ángulo sin pedir permiso en esos milimétricos disparos de tiro libre.

Todos estos recuerdos volvieron a mi mente ayer cuando la noticia se hizo real: Murió Maradona. No era eterno, es verdad. Pero tenía 60 años apenas. Y jamás se me ocurriría meterme en su vida privada. Pasó muchas cosas en su vida, desde el momento que pegó el salto desde Villa Fiorito para convertirse en el jugador más grande de la historia.

Y estas líneas con ojos mojados me traen otros recuerdos. En 1979 nos levantábamos muy temprano para ver al Seleccionado Juvenil en el Mundial de Japón. Ahí logró su primer gran título, tras vencer en la final a Rusia y con su sello.

No fue un Dios, sino un simple muchacho que jugaba muy bien la pelota y nos despertaba sentimientos. Los que vuelven este día sembrado de grises en el cielo.

Este fue un gol en contra. El peor de todos. Creí que futbolísticamente lo peor había pasado en 1994 cuando sentíamos la alegría interna de que Argentina de la mano de Diego era candidato a quedarse con el Mundial de Estados Unidos. Pero acaso el enfrentamiento con el poder de la FIFA apresuró los pasos de eliminación y el doping positivo fue un duro golpe.

Cuántos mensajes deja Maradona con su muerte. El mensaje espontáneo de ayer a nivel Mundial. Los clubes grandes que lo enfrentaron recordándolo en videos, las personalidades apurando mensajes emotivos en las redes sociales. Sus ex compañeros llorándolo y recordando lo buen compañero que era. Y la gente. Enjuagando lágrimas, apretando una bandera en su nombre y mechando un grito desgarrador: “Olé, olé, olé, Diegooo, Diegoooo”.

Diego haciendo jugadita en el San Paolo que ahora se llamará Diego Maradona en Nápoles. Diego jugando un amistoso a beneficio por un pibe italiano en una cancha embarrada. Diego llorando porque insultan el himno nacional argentino en el Mundial de Italia 90. Diego dejando el tendal ante los ingleses, previa la mano de Dios.

A Diego lo vi personalmente jugando una sola vez. En su vuelta a Boca enfrentando a Racing y con Caniggia de ladero. A Diego no lo entrevisté pero lo fui a escuchar en una conferencia de prensa y me puse frente a él. Solamente temblé y no pude pronunciar palabra alguna. Menos preguntar por su actuación ante la Academia. Fue en la Bombonera.

Diego terminó siempre con la grieta. Dos veces llenó la Plaza de Mayo desde Casa de Gobierno. Dos manifestaciones espontáneas de la gente. Todo por el 10. Dos veces nos hizo llorar de manera espontánea. Una en el 94 por el doping y otra ayer. Lágrimas verdaderas, de mucha congoja.

No le digo héroe, aunque entiendo la metáfora. En ese sentido un médico de frontera contó una vez que estando en medio de la línea de fuego fue atrapado por enemigos. Atinó a decir que era de Argentina y los solados ensayaron en un idioma desconocido “Maradona Argentina”. Y lo llevaron sano y salvo a un cuartel.

Si Diego despierta sentimientos es porque algo dejó. Su vida tumultuosa fuera de la cancha, era aplacada por una zurda inmortal dentro de la misma.

Y a lo largo de estos años en Paraná contaron historias. Del partido en el 81 en la cancha de Patronato, de su visita en el showgol, de sus recuerdos familiares en un velorio en Paraná del que participó, de las anécdotas con su amigo Néstor Candedo (ex Huracán) y que vive ahora en la capital entrerriana.

Un día mi padre estaba en la cocina de esa casa inolvidable en Rafaela. De repente levantó la vista y me vio pegado a la radio. No entendía esa situación porque ese tano laburante era bien tuerca. Camionero y amante del TC. Me pregunta, “¿qué estoy haciendo con la oreja pegada a la radio?”. La respuesta fue apurada: “Maradona va a patear un penal”, le respondí con mis 9 años y el cuerpo revuelto de tanta tensión por el disparo. “¿Qué despierta ese jugador?”, me interrogó. Ya Diego había marcado uno de los tantos de aquel Boca campeón de 1981 con victoria ante Talleres de Córdoba. Lo miré y con emoción le dije: “Me da fuerza, actitud, me saca los mejores sentimientos”. Mi viejo siguió con el mate y pasaron de esa historia 39 años.

Y esto tiene Diego. Sus goles, su historia nos lleva a los lindos recuerdos de otros tiempos. Hoy a mi viejo le diría lo mismo. Me da fuerza, actitud. Y me saca los mejores sentimientos. Aún en estos grises y momentos tristes. Porque la mejor gambeta, se apagó para siempre.